Esteban pasaría de ser el hombre más repudiado, grandulón y bobo del pueblo, al que hizo que lo recordaran para siempre, incluso en la decepción de las mujeres jóvenes que se negaban a aceptar que fuera el. Encontrado por los chicos del pueblo en aquel mar apacible, ocasionaría el revuelo entre las féminas que soñándolo como el galán perfecto, despertarían al efecto de la droga alucinante tras rasparle los restos de rémora adheridos al cuerpo, cuerpo que no cuadraba con el traje que vestiría y que le habían hecho concienzudamente las mujeres como despedida gloriosa al ser que haría en una sola noche lo que los esposos de ellas harían en un año.

La compasión de ellas, que recordaron lo duro de su vida al tener que pasar de lado por las puertas y otros inconvenientes adicionales que le estorbaban en el vivir diario; que lo habían vestido, peinado, cortado las uñas y la barba, lo catapultaría a las alturas de lo imposible al imaginar los buques que pasaban y al ver aquellas flores entre acantilados y el pueblo escuálido de casas de colores, puertas altas y pisos firmes, decir a los cuatro vientos: “ese es el pueblo de Esteban